CUADERNO 3
A HARNEY SE LE APARECE THOMAS MÜNTZER
Estaba el otro día en la plaza de la Montañeta, a esto de las siete de la tarde y de repente, con un fogonazo como de aparición mariana, me acordé del amigo Thomas.
Normal, pensaréis, se ha pasado el 2013 dando la brasa con el : “tengo quellamarle, tengo que llamarle”, y así seguirá hasta que llame Thomas y él conteste: “chico, estaba a punto de llamarte”.
Pero no, Thomas se murió. En principio, no va a llamarme. Sé que pensáis: “Lo sentimos”. Sois buenos. Pero yo he de contestaros que podríais haberlo sentido antes porque se murió en 1525.
Lo de amigo es una manera de hablar.
Thomas era un tipo carismático, de verbo emocionado, con una profunda conciencia social y visión de futuro, un tanto apocalíptico el futuro, eso sí, pero futuro al cabo.
Pues bien, Thomas, que estaba hasta los dídimos de la injusticia social del siglo dieciséis, recolecta a ocho mil campesinos, artesanos y freelancers, queman un par de castillos y de conventos que les venían de paso y se suben a una colina.
Los potentados del lugar, molestos de que la gente se les suba a las colinas, organizan un equipo de seis mil muchachotes con amplio despliegue de colores y brillos metálicos y les dicen:
-Que se bajen, coño.
Y ellos contestan:
-Un momento, que tenemos que decidir en asamblea.
En la asamblea, un sacerdote y un noble venido a menos dicen que los brillos metálicos podrían ser cañones y que a lo mejor conviene estudiar el tema, pero Thomas, ya nervioso por la falta de visión de futuro apocalíptica de la concurrencia, manda decapitarlos. En la asamblea triunfa, curiosamente, el “no nos bajamos”.
Así que el asunto siguió la evolución natural en este tipo de casos: seis mil muertos, muerto arriba, muerto abajo, seiscientos prisioneros, eso sí, prisioneros poco tiempo porque ejecutaron a trescientos, ejecutado arriba, ejecutado abajo, y, del equipo de muchachotes, seis defunciones. Algunos lo llaman masacre, y otros, batalla de Frankenhausen.
No fue la única de la época, por cierto. Y no pedían nada raro, ni exorbitante, por cierto también. En resumen: no ser demasiado explotados.
¿¿¿Y por qué, si no va a coger el teléfono, me acuerdo yo de Thomas en la Montañeta???
¡¡¡Pues porque estaba escuchando a Cañamero!!!!
Y estoy de acuerdo con lo que decía, pero me acordé de tres cosas.
Las tres cosas por las que fracasó Thomas. Fracasó por la falta de unidad, por la falta de organización y por no elegir bien el momento oportuno para subirse a la colina.
Agregaría algo: antes de cargarte lo viejo, o, al menos, mientras lo haces, es bueno tener claro qué es lo nuevo que ha de sustituirlo. De no ser así, tú te lo cargas, sí, pero es otro el que se te sube a la colina.
Thomas decapitaba, es verdad, pero también decía cosas, como Cañamero, que por más muertos que vayan haciendo los señores, y quizá por esos muertos, valdrán siempre:
“Mira, los señores y los potentados están en el origen de cada usura, de cada apropiación indebida y de cada robo; ellos toman de todos lados: de los peces del agua, de las aves del aire, de los árboles de la tierra Y luego hacen divulgar entre los pobres el mandamiento de Dios: "No robar". Pero esto no vale para ellos. Reducen a la miseria a todos los hombres, pelan y exprimen a campesinos y artesanos, y a cada ser vivo. Y para ellos, la más pequeña falta justifica el ahorcamiento”.
Normal, pensaréis, se ha pasado el 2013 dando la brasa con el : “tengo quellamarle, tengo que llamarle”, y así seguirá hasta que llame Thomas y él conteste: “chico, estaba a punto de llamarte”.
Pero no, Thomas se murió. En principio, no va a llamarme. Sé que pensáis: “Lo sentimos”. Sois buenos. Pero yo he de contestaros que podríais haberlo sentido antes porque se murió en 1525.
Lo de amigo es una manera de hablar.
Thomas era un tipo carismático, de verbo emocionado, con una profunda conciencia social y visión de futuro, un tanto apocalíptico el futuro, eso sí, pero futuro al cabo.
Pues bien, Thomas, que estaba hasta los dídimos de la injusticia social del siglo dieciséis, recolecta a ocho mil campesinos, artesanos y freelancers, queman un par de castillos y de conventos que les venían de paso y se suben a una colina.
Los potentados del lugar, molestos de que la gente se les suba a las colinas, organizan un equipo de seis mil muchachotes con amplio despliegue de colores y brillos metálicos y les dicen:
-Que se bajen, coño.
Y ellos contestan:
-Un momento, que tenemos que decidir en asamblea.
En la asamblea, un sacerdote y un noble venido a menos dicen que los brillos metálicos podrían ser cañones y que a lo mejor conviene estudiar el tema, pero Thomas, ya nervioso por la falta de visión de futuro apocalíptica de la concurrencia, manda decapitarlos. En la asamblea triunfa, curiosamente, el “no nos bajamos”.
Así que el asunto siguió la evolución natural en este tipo de casos: seis mil muertos, muerto arriba, muerto abajo, seiscientos prisioneros, eso sí, prisioneros poco tiempo porque ejecutaron a trescientos, ejecutado arriba, ejecutado abajo, y, del equipo de muchachotes, seis defunciones. Algunos lo llaman masacre, y otros, batalla de Frankenhausen.
No fue la única de la época, por cierto. Y no pedían nada raro, ni exorbitante, por cierto también. En resumen: no ser demasiado explotados.
¿¿¿Y por qué, si no va a coger el teléfono, me acuerdo yo de Thomas en la Montañeta???
¡¡¡Pues porque estaba escuchando a Cañamero!!!!
Y estoy de acuerdo con lo que decía, pero me acordé de tres cosas.
Las tres cosas por las que fracasó Thomas. Fracasó por la falta de unidad, por la falta de organización y por no elegir bien el momento oportuno para subirse a la colina.
Agregaría algo: antes de cargarte lo viejo, o, al menos, mientras lo haces, es bueno tener claro qué es lo nuevo que ha de sustituirlo. De no ser así, tú te lo cargas, sí, pero es otro el que se te sube a la colina.
Thomas decapitaba, es verdad, pero también decía cosas, como Cañamero, que por más muertos que vayan haciendo los señores, y quizá por esos muertos, valdrán siempre:
“Mira, los señores y los potentados están en el origen de cada usura, de cada apropiación indebida y de cada robo; ellos toman de todos lados: de los peces del agua, de las aves del aire, de los árboles de la tierra Y luego hacen divulgar entre los pobres el mandamiento de Dios: "No robar". Pero esto no vale para ellos. Reducen a la miseria a todos los hombres, pelan y exprimen a campesinos y artesanos, y a cada ser vivo. Y para ellos, la más pequeña falta justifica el ahorcamiento”.
