viernes, 14 de febrero de 2014

HARNEY ES ANOMICO


CUADERNO 2 

HARNEY ES ANOMICO


Si un día oyésemos: “¡Anomia!”, así, sin más, pensaríamos que un señor de Burgos reclama a su señora, también de Burgos, cristianada de este modo en memoria de la santa virgen y mártir del tiempo de Antonino Pío, otro nombre para recordar. 

Pero no. Aunque haya gente en Burgos llamada así, anomia es la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos de lo necesario para lograr las metas que la sociedad promueve.
¿Tenemos hoy una situación anómica?
Veamos: no nos faltan normas, de hecho tenemos un montón, pero, ¿cómo se aplican esas normas?
Inherente al concepto de ley es el de igualdad ante la ley, porque una ley cuya aplicación varía según la persona destinataria de la misma, no es ley, sino arbitrariedad.
Y hoy, todos y todas percibimos que hay gentes a las que se les aplica toda la fuerza coercitiva de la ley, y a otros, sin embargo, se les impone la comprensiva tolerancia de la norma, su faceta comprensiva, su misericorde humanidad. Los primeros son nuestros vecinos, y los segundos los que, en general, mandan. Lo mismo va a ser verdad aquello de que la ley es un instrumento de dominación de unos sobre otros y no la equilibrada regulación de la convivencia.
Y respecto a la igualdad de oportunidades, no queda nada que decir: el que se la crea, que levante la mano.
Pues bien, ¿qué supone vivir en una sociedad anómica?
En primer lugar descubrir que ello es signo del grado de disolución de nuestra sociedad. Grande.
En segundo lugar, percibir que se ha instaurado el sálvese el que pueda, y esto ya no es Hobbes, el equilibrio social fruto de esos egoísmos individuales que se contrarrestan unos a otros, no, es más bien la desaparición de lo común, de lo público, de lo social que, al cabo, es en lo que consiste una sociedad.
No se genera cohesión, no se transmite un proyecto común, y, por ello, podríamos decir también que no se gobierna. Dos títulos podemos escoger para esta película: “Voy por Libre” o “Coge el Dinero y Corre”.
Había una vez un filósofo al que nadie hizo nunca caso (y yo pretendo seguir igual) que llamaba a esto “el desorden establecido”. Va, tengamos un detalle: se llamaba Mounier. Pues resulta que eso del desorden establecido es lo que otros llaman “el sistema”.
Este sistema cada vez más anómico está en las últimas. Lo dice un tipo de nombre impronunciable pero quizá escribible: Slavoj Zizek, que debe tener algún renombre en algún sitio porque le ha publicado Akal. ¿Os acordáis de aquellas fases del duelo? Negación, ira, negociación, depresión, aceptación. Pues en alguna de ellas estamos doliéndonos por el fin del sistema.
Porque Rajoy y sus chicos a lo mejor no son malos, es solo que piensan que, para que el sistema siga, hay que hacer lo que hacen. Y es posible que tengan razón: para que el sistema siga hay que recortar, aumentar las desigualdades, generar pobreza, miseria y dolor, como mal menor a la alternativa del colapso, que va a ser peor, chicos de nuevas generaciones, pero es que a lo mejor el planteamiento es otro, otro, sí, otro sistema que no exija tales sacrificios para su pervivencia.
Nos encomendamos a santa Anomia, patrona del cambio de sistema, para que nos ayude a encontrar el camino. Ora pro nobis.


Juanjo Noguera

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